Vino desde Córdoba con su metro setenta y su irritante voz aguda era lo primero que te molestaba de ella. Típica cara bonita del interior, ganadora del reinado en el baile secundario y como toda rubia soñadora, quería ser famosa por no hacer nada más que caminar sobre una pasarela.
Cuando llegó a Buenos Aires tenía tan sólo diecisiete años y la mente perturbada por la revolución hormonal. Ni lerda ni perezosa, la “Niña Loly” había estudiado cómo consumía la gente y estaba dispuesta a usar esas armas para llegar a la cima. La pobre jamás imaginó lo que le esperaba. Que el mundo de la moda es tirano, es un saber popular, pero que existen mujeres como yo, capaces de llegar a matar, nadie lo imaginaba. No damos con el perfil.
Otro de los mitos del mundo de los tacos altos es que se considera casi regla universal que las modelos salgamos con jugadores de fútbol y ahí entra la etiqueta tan repetida hoy en día y mal dicha “botineras”.
Seis años tardé en construir mi hogar, en consolidar las bases para una futura familia y tan sólo una noche en Esperanto bastó para perder la razón. Tendría que haberle hecho caso a Dotto cuando me dijo que ese boliche era de mala calaña, pero no podía dejar de ir a la presentación de camisetas y acompañar a mi futuro marido. Pese a que nadábamos en un mar de gatos, la noche venía tranquila. Juan nunca me engañó o por lo menos jamás me dio motivos para sospecharlo, hasta esa noche en que Loly conoció la vida nocturna porteña. Mientras tomaba un Martini con Nicole y Juan reguetoneaba con Poroto, la cordobesa irrumpió en la escena con un baile muy sensual y hot, el cual culminó con un no menos fogoso beso a “Mí” Juan.
La sangre me hervía, pero era muy mal visto hacer un escándalo que saldría a la tarde siguiente en el programa de Rial, por lo tanto, con la sutileza de una gacela, me acerqué y marqué territorio sin hacer mucho alarde. Mi mente volaba a trescientos kilómetros por segundo y ya tenía un plan entre manos. Quince días después, la pequeña Loly recibió un llamado que la invitaba a participar de un casting para Ford Models. Ella muy eufórica aceptó y a los dos días se presentó en el lugar de la cita. Para su sorpresa, en la habitación 207 del Milton, se encontró conmigo y una bala que iba directo a su sien.
En el ambiente se dijeron muchas cosas, menos que había besado a mi novio con el deseo de engañarme para trepar. El caso sigue sin resolverse aún hoy después de tres años, con Juan vivimos en Europa y tuvimos a Salvatore y a Stéfano. Por suerte en Italia las mujeres no son botineras sino Berlusconieras.
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